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Por Ignacio Ramonet
Una vez más, al dar el pasado 29 de mayo un rotundo “No” al proyecto de tratado constitucional para Europa, la Francia rebelde hizo honor a su tradición de “nación política por excelencia”. Sacudió al Viejo Continente, suscitando de nuevo la esperanza de los pueblos y la inquietud de las élites establecidas. Reanudó su “misión histórica” al dar prueba a través de la acción audaz de sus ciudadanos de que es posible eludir a la fatalidad y a las pesadeces de los determinismos económicos y políticos.
Porque este “No” tiene una significación central: es un freno a la pretensión ultraliberal de imponer en todo el mundo, en menoscabo de los ciudadanos, un modelo económico único, el definido por el dogma de la globalización.
Este modelo ya había suscitado resistencias diversas desde mediados de la década de 1990. Por ejemplo, en ocasión del gran movimiento social en Francia en noviembre de 1995. O en Seattle (1989), donde nació lo que ulteriormente se denominaría el “movimiento altermundialista”, sobre todo después del primer Foro social mundial de Porto Alegre (2001) y los subsiguientes acontecimientos de Génova (2001). Y en diversos países, desde Argentina a India pasando por Brasil. Pero es la primera vez que en un país del Norte y en el marco de una consulta política institucional, una sociedad tiene la oportunidad de decir oficialmente “No” a la globalización ultraliberal.
Los editorialistas de los medios dominantes, como los entomólogos inclinados sobre un insecto al que creían desaparecido, tratan de desfigurar el “No” masivo de Francia. Como en su mayor parte hicieron una campaña unilateral por el “Sí” denunciando el “populismo”, la “demagogia”, la “xenofobia”, el “masoquismo”, etc., de sus adversarios, resultan incapaces de adaptar sus análisis a la amplitud de su derrota. Extraordinaria suficiencia de notables que no comprenden - y toleran todavía menos - que el pueblo (término que sólo usan tapándose la nariz) se haya negado a alinearse tras de las prescripciones del “círculo de la razón” europeísta. Porque es el pueblo quien retomó el camino de las urnas: sólo un 30% de abstenciones, contra el 57% hace sólo un año, en ocasión de las elecciones del Parlamento europeo.
Esta movilización, especialmente en los sectores populares y juveniles, a propósito de un tema árido - un texto de 448 artículos, sin contar los anexos, declaraciones y protocolos - constituye por sí sola un inesperado éxito de la democracia. El pueblo está de regreso: ante la sensación de desposesión, manifestó su voluntad de reapropiación.
Desde sus comienzos en 1958, y sobre todo a partir del Acta única europea de 1986, la construcción comunitaria ejerció una coacción creciente sobre todas las decisiones nacionales. El tratado de Maastricht (1992), después el Pacto llamado de estabilidad y crecimiento (1997) les quitaron a los gobiernos dos de las palancas principales de la acción pública: la política monetaria y la política presupuestaria. La tercera, la política fiscal, es cada vez menos autónoma, porque se inscribe en una lógica generalizada de “competencia libre y no falseada”.
Los ciudadanos comprendieron que el tratado sometido a su aprobación “constitucionalizaba” a escala europea la competencia exacerbada, no solamente entre los productores de bienes y servicios sino también entre el conjunto de sistemas sociales atrapados en una espiral descendente. No eran por cierto los magros enunciados democráticos del tratado los que podían contrabalancear la impenetrabilidad del modelo ultraliberal que inducía, vaciando de significación las futuras consultas electorales.
El voto por el “No” fue un voto sumamente informado por miles de encuentros, debates y lecturas, dado que las obras sobre la Constitución figuraron durante meses a la cabeza de los éxitos de librería. Frente a la propaganda del Estado, relevada por la mayor parte de los medios, los ciudadanos quisieron formarse su propia opinión. Los ayudó el trabajo de hormiga realizado sobre el terreno por múltiples colectivos que se instauraron espontáneamente en toda Francia, especialmente los comités locales de Attac. Esta abundancia hace honor a la democracia...
¿Fue un voto nacionalista? No, fue mayoritariamente un voto pro europeo. No se equivocaron en ese punto todos los sindicalistas y militantes sociales de muchos países de la Unión Europea que desde sus lugares o a través de su participación en la campaña francesa atestiguaron su solidaridad con la aspiración a otra Europa esgrimida por las fuerzas vivas del “No”. Privados de referéndum, muchos europeos pidieron a los franceses que emitieran en su nombre un voto por procuración.
En el exterior, hubo quienes interpretaron este “No” como un debilitamiento de Europa frente a Estados Unidos, que deja a la potencia americana sin contrapeso. Se equivocan: la Constitución hubiera alineado todavía más a la UE (especialmente en el plano militar) con Washington.
Se ha creado una situación nueva, que permite un nuevo análisis de la totalidad de los valores y normas de la voluntad de vida en común en Europa. Esta voluntad no podría reducirse a su grado cero que es la libertad de circulación de capitales, bienes, servicios y aun de personas. Desde este punto de vista, el “No” del 29 de mayo no cierra ninguna puerta. En cambio, da vía libre a todas las esperanzas.
Le Monde Diplomatique (Edición chilena), 01/06/05