Portada del sitio > Una Europa posible, s’il vous plait
Por Francisco Pino
En la mitología griega, cuando Cadmo busca a su hermana Europa, secuestrada y violada por Zeus, recorre la tierra y llega finalmente con los suyos ante el Oráculo de Delfos. Al preguntar dónde podían hallar a Europa, la pitonisa les aconseja abandonar la búsqueda y, en su lugar, seguir a una vaca; construir una ciudad en cada sitio donde el animal se desplomara de cansancio. No está claro, pero parece que el cabrito de Cadmo, en vez de seguir buscando a su hermana, como era su obligación, se fue en efecto detrás de la vaca Y en esas estamos todavía, no tenemos ni pajolera idea de dónde estará Europa. Andamos detrás de la vaca.
Así que, después del fiasco de los referendos de Francia y Holanda, los políticos y burócratas de la nomenclatura deberían volverse hacia los mitos fundadores de nuestra civilización; hallarían también en el viejo oráculo la respuesta adecuada a su actual quebradero de cabeza. La economía. Europa va bien mientras la vaca goza de buena salud. Cuando los europeos sentimos al animal amenazado todo se va al garete, pues la vida es dura.
Si bien para unos lo es más que para otros. Creo que fue en el último Foro de Davos, a principios de año, que ante los líderes más poderosos del planeta un representante egipcio hizo una reflexión tan clarividente como estremecedora: millones de seres humanos en Africa envidian hoy a la vaca europea (y no precisamente a la mitológica, digo yo, sino a esa otra absolutamente carnal y con manchas blancas de las vaquerías): la comunidad europea le asegura techo, comida y una subvención vitalicia de dos euros diarios
A lo que se ve, el no de franceses y holandeses en sus recientes referendos tiene mucho que ver con la amenaza de tener que repartir la vaca. Ya sea con el fontanero polaco, con el paria subsahariano o con el zapatero turco. Ante ellos y en torno a la vaquería, las clases medias centroeuropeas quieren levantar el cercado. Aunque eso suponga ver crecer de nuevo a la ultraderecha leppenista, brindando por la batalla ganada frente al extranjero. Un brindis por el no que extrañamente comparten en Francia con la gente de ATAC, esa otra Europa que se reconoce ya multiétnica, pluricultural, que aboga por una globalidad solidaria, por un comercio justo, por un desarrollo que no acabe necesariamente con el planeta. Brindan también por el no socialistas centrados (y para el caso escindidos), de los que no es fácil elucidar si están más cerca de los unos que de los otros. Para todos ellos, en fin, no hay constitución que valga. Todos parafrasean ahora el lema altermundista con otra Europa es posible Aunque ahora no se sepa cuál.
Lo decía estos días en un artículo el director de Le Mond, J.M. Colombani, sólo es posible la Europa que quieren darse todos los ciudadanos. Y ésa está hoy menos clara que nunca.
Pero puestos a mirar de nuevo la carta, algunos ciudadanos podríamos quererla ciertamente con menos fárrago administrativo, culta, solidaria, pacifista. Sería un bonito detalle que el nuevo tratado condonase para todo su territorio las deudas externas de los más pobres, que fijase en todos los países miembros la contribución del 0,7% a los pueblos hambrientos, que se dotara de mejores instrumentos democráticos, que mostrase su voluntad de lucha contra la economía del delito, contra los paraísos fiscales y las cuentas opacas, que invirtiese la cada vez más impúdica tendencia de la economía a la acumulación de capitales improductivos, a la férrea dictadura sobre el tejido democrático y social de la economía financiera
Según advertía Ignacio Ramonet, director de Le mond diplomatic y gran referente altermundista, si hace 20 años el 95% de la economía era real (agricultura, industria, bienes, empleos ) y el 5% era financiera (compra/venta de dinero, valores, divisas) en la actualidad la situación se ha invertido absolutamente y en la misma proporción. El dato, que parecería exagerado a bote pronto, deja de serlo cuando pensamos en la facilidad con que se multiplican hoy los multimillonarios capitales, en décimas de segundo, sin mayor esfuerzo que pulsar el ratón de un ordenador, con una orden internacional para una transacción financiera, por ejemplo. El proceso de acumulación de riqueza se ha vuelto hoy desenfrenado, pues la ideología imperante se encarga de limpiar el camino de obstáculos, llámense estados, soberanía, ciudadanos... El gran negocio neoliberal es ya una abstracción demente que no admite cortapisas: la compra de dinero. Y en ese contexto, la Europa solidaria, la que cree todavía posible el bienestar público y unos servicios sociales para todos, la que reconoce cosas que no tienen precio ni pueden venderse, debía oponerse como lo ha hecho al llamado Tratado Europeo.
El no de franceses y holandeses debe significar también, y entre otras cosas, una revisión de esa Europa neoliberal que nos quieren meter con calzador. Pensemos, sí, en el más inteligente y justo reparto de la vaca. Pero busquemos en serio a Europa, indagando también, por qué no, en los lenguajes olvidados de la utopía.