Portada del sitio > Nayra, la esposa del Sol
(Resumen)
Autor: Carlos Bongcam
Nayra fue la hija menor de Anca Capac, hijo del Inca Huayna Capac, el señor del imperio de los incas. La madre de Nayra, Pachi, fue una princesa aymara cuyo padre, en señal de amistad, respeto y sumisión, según se usaba en aquellos tiempos, había entregado al Inca Huayna Capac, el hijo del Sol.
Siguiendo la tradición que aseguraba la unidad del reino estableciendo vínculos de sangre entre los nobles de los pueblos conquistados que iban conformando el imperio, el Inca había desposado a la bella princesa con su hijo Anca, que servía a su padre como sacerdote del Culto del Sol.
Nayra fue una bella y lozana recién nacida, en cuyo rostro refulgían como estrellas sus grandes ojos, por lo que sus padres la llamaron Nayra.
Algunos meses después, cuando Nayra era una criatura aún amamantada por su madre, ocurrió un hecho que abismó a las personas que lo presenciaron: una tarde en que las sirvientas por descuido dejaron sola a la pequeña durante unos momentos, ésta despertó con hambre y comenzó a llorar.
Una pareja de multicolores y vivaces avecillas que estaba criando sus polluelos en el nido que habían construído en uno de los árboles del jardín, próximo a la ventana del cuarto de Nayra, al escuchar el llanto de pequeña le llevaron las lombrices que recién habían capturado para sus retoños y se las pusieron en la boca a la niña, con lo cual ésta, feliz, dejó de llorar. En aquel mismo instante llegó Pachi y con presteza le quitó los gusanos a su hija.
Desde aquel día en adelante, cada vez que Nayra lloraba por algún motivo, los pajaritos del jardín intentaban socorrerla y las criadas se veían en dificultades para mantenerlos fuera de la habitación.
Todas las mañanas, al despuntar el día, decenas de avecillas se ponían a cantar frente a la ventana de Nayra hasta que ésta se despertaba. Por las tardes, al caer la noche, la niña se quedaba dormida arrullada por el coro de pajarillos que trinaban posados en los árboles que crecían frente a la ventana de su dormitorio.
Antes de cumplir un año de edad, Nayra gateaba por el piso de la casa aprovechando aquellos desplazamientos para explorar todos los rincones de las habitaciones. Cada vez que encontraba algo interesante se sentaba a jugar en silencio con sus hallazgos. Las sirvientes que la cuidaban pronto se acostumbraron a esos momentos de silencio y esparcimiento y vigilándola discretamente la dejaban tranquila.
Cierto día la niña descubrió en un rincón un pequeño orificio en la base de la muralla. Aquel huequito, mirado desde la perspectiva de un adulto, pasaba completamente desapercibido y por ese motivo los mayores de la casa no habían reparado en él. Una vez encontrada aquella grieta, Nayra se dedicó a examinarla.
Cuidadosamente introdujo sus dedos en el hoyito y, al retirar su manito, por el hueco se asomó la cabecita de un pequeño ratón. Al verlo, Nayra rió divertida. Entonces la laucha, desapareció en la cueva. A la niña le pareció que el animalito estaba jugando con ella y volvió a reir.
El pequeño ratón se asomó nuevamente sin demostrar ningún temor, mientras Nayra reía hasta que entendió que el ratoncito, mentalmente, le decía: “Sé que no me harás daño.” “Eres simpático, le respondió la niña, también sin palabras, yo me llamo Nayra y tú, ¿cómo te llamas?” “No tengo nombre, le respondió el ratoncito, ¿debo tener uno?” “Por cierto. Te pondré uno. ¿Está bien que te llame Chirri?” “¿Para qué necesito ese nombre?” “Para que sepas cuándo yo te estoy llamando.” “¿Y mi compañera?” “¿Tienes una compañera?” “Sí, ella es bonita y buena, pero muy tímida.” “Si es tímida, le llamaré Huala.” “¿Por qué Huala?” “Bueno, porque se me acaba de ocurrir.”
Entonces Chirri penetró al hoyito de la pared y salió empujando una linda lauchita. “Esta es Huala, mi compañera”, dijo y se puso a reir como ríen los ratoncitos cuando se sienten seguros y están contentos.
Pronto los habitantes de la casa de Nayra se dieron cuenta de que la niña tenía un gran sentido musical, que tarareaba las melodías las canciones que le cantaban su madre y las nodrizas a su servicio. En estricto rigor, la pequeña aprendió a hablar repitiendo la letra de las canciones que memorizaba rápidamente y desde muy temprano comenzó a crear sus propias melodías. En tanto se pudo mantener de pie, cosa que logró hacer a los nueve meses de edad, Nayra fue capaz de bailar, llevando con mucha gracia el ritmo de las canciones.
A medida que Nayra crecía, su belleza se acentuaba de modo que
Ella siempre se destacaba físicamente entre las niñas de su misma
Edad. Pero la hermosura de la hija del Sacerdote Anca Capac no sólo era externa sino un perfecto reflejo de su carácter, lo que se hacía evidente cuando se la conocía en la intimidad. La niña tenía una manera de ser suave y su simpatía atraía a la gente de forma irresistible. Pronto la pequeña dio claras muestras de poseer una inteligencia muy poco corriente. Sin embargo, lo que maravilló a todos quienes la rodeaban fue su inexplicable capacidad para entenderse con los animales. Desde el principio Nayra asumió aquello como algo natural que no tenía nada de extraño, pero pronto se dio cuenta de que esa facultad no la poseían todos los seres humanos y de que su maravilloso don provocaba recelos en las personas comunes y corrientes, especialmente en aquellas que eran envidiosas por naturaleza y que no entendían a los animales.
El día en que Nayra cumplió tres años de edad, recibió muchos regalos de parte de sus parientes. Por su parte, Anca y Pachi, sus padres, le obsequiaron dos cachorros de perros de la Luna, que de inmediato pasaron a ser sus animalitos preferidos. Eran un macho y una hembra a los que, respectivamente, Nayra les colocó los nombres Lluspi y Lluspa. Los perritos, que habían nacido dos meses atrás, desde el principio se entendieron a las mil maravillas con su dueña, debido principalmente al hecho de que podían comunicarse entre sí.
Llegó el día en que la pequeña Nayra fue capaz de recordar sus sueños y entender el sentido profético que ellos tenían. De ese modo, aunque sin proponérselo, comenzó a hacer sus primeras predicciones. En atención a que la mayoría de los adultos a los cuales le reveló sus primeros sueños no hizo caso a sus palabras, la niña aprendió a callarse y sólo le contaba sus premoniciones a Pachi, su madre, y a la nodriza principal.
En cierta ocasión Nayra soñó que la tierra temblaba y muchas construcciones de la ciudad caían mientras las laderas de los cerros eran arrasadas por las rocas que se desprendían desde lo alto de la montaña. Unos días después, Nayra contó que todos los ratones se habían ido de la casa; que los pajaritos volaban intranquilos entre los árboles; que las flores se movían agitadas por una inexistente brisa; que las llamas se encontraban muy inquietas dentro de su corral, y que sus perros Lluspi y Lluspa le decían que tenían mucho miedo porque ellos sentían que se iba a producir un gran temblor.
Aquella misma tarde, cuando ya había anochecido, se escucharon sordos ruidos subterráneos y la tierra comenzó a moverse de una forma terrible, nunca antes vista. Muchas casas del Cuzco sufrieron serios daños, lo mismo que la vivienda de Nayra. Diversos muros se derrumbaron y los animales habrían muerto si no se les hubiese permitido salir de sus corrales de piedra antes del terremoto.
En la noche anterior a su quinto cumpleaños, la pequeña Nayra había soñado en detalle con la trágica muerte de su tío el Inca Huascar, y la de todos sus descendientes directos, a manos de los guerreros de Atahualpa. Sollozando se lo contó a su padre pero éste no le creyó. Tal vez porque el sacerdote Anca Capac estaba preocupado por los incomprensibles e inéditos acontecimientos que estaban ocurriendo en el Perú, andaba con el ánimo decaído y llevaba varias noches sin dormir. Cuando unos días más tarde las noticias traídas por los mensajeros confirmaron el terrible sueño de la niña, el Sacedote Anca se abrazó a su hija, rogándole que le perdonara su incredulidad. Por eso, al conocer meses después de labios de su hija, el vaticinio del asesinato de su medio hermano el Inca Atahualpa, Anca reaccionó sumiéndose en un hermético y premonitorio silencio.
Una mañana en que Nayra y su nodriza se encontraban admirando las flores en uno de los jardines interiores de su casa, en el cielo apareció un cóndor perseguido por una bandada de huamanes (halcones) y peucos (cernícalos) que lo atacaban sin darle tregua. Tras eludir a sus encarnizados perseguidores, el joven y maltrecho cóndor se posó sobre uno de los muros del jardín. Se trataba de un ave enorme y Nayra, aunque admirada de su gran tamaño, lo miraba sin temor. “Ayúdame, le dijo mentalmente el cóndor, estoy herido.” De la misma forma, sin pronunciar palabra, Nayra le respondió que sí lo ayudaría. A continuación, la niña le participó a su nodriza lo que el cóndor le había pedido. Haciendo un penoso esfuerzo, el cóndor bajó del muro y se instaló en un rincón del patio, debajo de un árbol que le protegía de las miradas de los pájaros que volaban en el cielo.
En aquel sitio estuvo durante las dos semanas que duró su convalescencia, recibiendo comida de manos de un criado al que la nodriza principal le dio las instrucciones destinadas a cumplir la promesa de Nayra.
Nayra le puso el nombre Pilacunca a su nuevo amigo el que durante las dos semanas que estuvo refugiado en el jardín de Nayra, le relató a la niña algunos de los muchos hechos sabidos por los cóndores. Le contó que en tiempos pasados hubo gigantes en las costas del Perú y de que los alcatraces, que viajaban hasta unas grandes islas que había al otro lado del mar océano, decían que aquellos gigantes procedían de aquellas lejanas islas. El cóndor le explicó que los gigantes no tuvieron hijos y desaparecieron porque llegaron sin sus mujeres. También le contó que en cierto valle, junto a la costa del Perú, hubo enanos que se elevaban en el aire en canastos que colgaban de globlos hinchados con fuego, según relataban sus abuelos.
Una vez repuesto de sus heridas y antes de marcharse, Pilacunca le dijo a Nayra que ambos tenían la misma edad, aunque él había nacido dos días después que ella, y además le confió a Nayra un secreto que ella jamás olvidaría, pero cuyo significado en aquel momento no entendió. El cóndor le dijo: “Si te enamoras, Nayra, dejarás de entender lo que decimos los animales.”
Nayra había cumplido seis años de edad sintiendo en torno suyo la consternación de sus parientes. Los acontecimientos que por aquellos días estaban ocurriendo en el Perú, mantenían a los incas en permanente vigilia. La presencia de los incomprensibles y crueles barbudos venidos de otras tierras, que tomaban todo lo querían sin siquiera pedírselo a sus dueños, había trastornado la vida del pueblo inca. Y la casa de Nayra no era una excepción.
No obstante el ambiente de inquietud que exisitía entre los nobles incas, la enseñanza de la pequeña Nayra no había sido descuidada. La niña era adiestrada en los quehaceres femeninos y las normas sociales que iban a regir su vida adulta. Desde muy pequeña había aprendido a cultivar las plantas y flores que había en su jardín e imitando lo que hacían las mujeres de la casa había aprendido a hilar lana y a tejerla. Sus pequeñas manos eran muy hábiles y todo lo hacía bien y con gracia.
Las nodrizas de Nayra continuaban enseñándole los mitos y las leyendas de los incas que se transmitían de boca en boca, además de los secretos de las plantas medicinales y guisos tradicionales, cosas que la niña aprendía encantada porque todas aquellas cosas le fascinaban.
A los nueve años de edad, Nayra participó como ñusta (doncellas escogidas por su hermosura) en la ceremonia anual de iniciación como guerreros de los jóvenes incas. Mientras a los muchachos que se estaban iniciando les rapaban la cabeza en la plaza. A las ñustas sus madres y sirvientas las vestían con los trajes tradicionales para tan solemne ocasión.
Los nobles llegaron al Cuzco en el mes de mayo para celebrar el rito de la Mamasara, Cosecha de la Chacra Sagrada, y entonces Manco Inca se reunió con los de su mayor confianza para darles a conocer su plan destinado a dividir las fuerzas de los españoles, para luego matarlos o expulsarlos del Imperio. Al término de aquella reunión, los nobles se retiraron dispuestos a efectuar en secreto los preparativos de la rebelión.
Ante el Inca Manco comparecieron en privado Paullo Tupac, su hermano, y su tío el Sacerdote Anca Capac, el padre de Nayra, recién ascendido a Huillca Huma, Sumo Sacerdote del Rito del Sol, llamado Villahoma por los españoles. Cuando sus parientes estuvieron sentados en las esteras frente a él, Manco les dijo: “Os he mandado llamar para confiaros una misión secreta. De ella dependerá grandemente el éxito de lo que estoy preparando.”
– Tú eres mi Señor -le respondió el Huillca Huma-, manda, que yo te obedezco.
– Hermano bienamado -agregó el Príncipe Paullo-, el Huillca Huma, hermano de nuestro padre, muy bien ha expresado lo que yo, gustosamente, también haré.
– Los muchos males traídos a nos por los viracochas, deben ser erradicados de mi Imperio. Por eso es menester que vosotros vayáis con Almagro llevando el cargo mío de levantar la tierra para los matar.
Varios meses más adelante, luego de haber cumplido nueve años de edad, a causa de su gran belleza, Nayra fue elegida aclla. En la casa de las mamaconas, vírgenes del Sol, del Cuzco, a la cual se trasladó a vivir como interna, junto al centenar de muchachas elegidas en aquella oportunidad, comenzó a recibir una educación especial, de modo que en su destino sólo se vislumbraban dos cosas: llegar a ser la esposa o la concubina de un noble o una virgen del Sol dedicada de por vida al servicio del Culto.
Las materias que las mamaconas les enseñaban a las jóvenes acllas eran hilar y tejer la lana fina con la cual se hacían las prendas de vestir que los sacerdotes usaban en los ritos religiosos; preparar los platos de comida tradicional de los incas y la chicha para las ceremonias religiosas; conocer los secretos y usos de las yerbas medicinales; aprender el desarrollo de las distintas ceremonias del culto del Sol; dirigir el manejo de los rebaños de los templos, y atender el cuidado de los edificios. De inmediato Nayra se destacó de sus condiscípulas no sólo por su belleza y su simpatía, sino también por sus conocimientos y la facilidad con la cual aprendía las cosas nuevas.
En tanto Nayra se enteró de que iría a Chile formando parte de la comitiva del Príncipe Paullo, se despedió de su madre, y a pesar de tener la certeza, por haberlo soñado, no fue capaz de decirle que no se volverían a ver nunca más. Por eso la madre creyó que aquellas lágrimas de su hija eran las normales que se derraman en todas las despedidas.
El padre de Nayra, que había sido ascendido a Huillca Huma o Sacerdote Supremo del imperio, se despidió de su esposa sin perder su habitual aplomo, asegurándole en secreto que pronto se volverían a ver, promesa que ella entendió que también se refería a Nayra.
Nayra parrticipó en el viaje realizado por Diego de Almagro a Chile y al regreso de éste al Perú, se fugó junto a los guerreros del príncipe Paullo, los que dieron origen al reino de la Pampa del Tamarugal, del cual ella fue sacerdotiza suprema.
NOTA: el texto completo de «Nayra, la esposa del Sol»
se puede obtener gratuitamente en los sitios:
http://www.bongcam.com
y
http://www.la-lectura.com
El email del autor es:
cbongcam@yahoo.se