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León Zuleta: De su militancia activa a su histórico olvido en las luchas de los homosexuales en Colombia
Publie le Lunes 9 de mayo de 2005 par Open-PublishingPor Manuel Antonio Velandia Mora
"Prepararse para ser líder siempre significa estar dispuesto a la violencia"
León Zuleta
Recordar a León Benhur Zuleta Ruiz, 25 años después de haberlo encontrado, nueve años con posterioridad a su asesinato, es imposible sin reconocer que en esta historia nuestras escritura e ideas se imbrican y que por tanto, hay una intertextualidad en los discursos.
No puedo negar, y esto ya lo he afirmado muchas veces, que desde el primer a mi último encuentro con León, él no dejaba de sorprenderme, siempre generaba contradicción. En ese entonces me parecía que su reto consistía en desestabilizar cuanto se encontraba a su paso. Ahora puedo afirmar que su logro fue precisamente ese. No era que desestabilizara, sino que si lográbamos seguirle la línea a lo que comunicaba, sus contenidos y en especial sus profundas reflexiones en las que era fácil encontrarse con las ideas y la terminología propia del pensamiento sex-pol, el freudismo radical, el troskismo y, en general, de la filosofía de vanguardia, nos conducían a nuestra propia desestabilización.
El hecho de que para Zuleta fuera de suma importancia considerar el actuar como una forma de lucha contra "la persecución insidiosa de la moral, la religión y la medicina, que se complementan con el derecho y la psicología (y psiquiatría) para considerar al homosexual como delincuente y enfermo", y de en mi caso particular, yo proviniera de escuela de pensamiento tan diferente —yo era un joven católico, miembro de una organización religiosa— hacia que nuestra visión sobre la lucha se encontraran y que especial su visión de la sexualidad fueran inicialmente por caminos que se me antojaban opuestos.
El tema de la iglesia y la homosexualidad fue un ítem recurrente en las reuniones del GELG (Grupo de Encuentro por la Liberación de los Gays) del que surgiera posteriormente el MLHC (Movimiento de Liberación Homosexual de Colombia). En algunas de esas reuniones se hizo presente Zuleta. Conociendo sus orígenes socialistas a muchos nos sorprendió la propiedad con que hablaba de ese tema. Lo discutía sin el peso moral católico, al que le daba el poder del miedo de ser y en última instancia de la culpa. Fue tanto el peso de León la reflexión de este aspecto, que yo mismo, poco a poco, me fui alejando del grupo de oración del que hacía parte y del que había sido uno de sus fundadores. Estas divagaciones me llevaron a profundizar sobre el tema y a leer el libro "La iglesia ante la homosexualidad" del sacerdote jesuita Jhon J. McNeill, cuyo primer ejemplar llegó de las manos de Zuleta a las mías.
Para él se hacía necesario "interpelar directamente al poder, la ley, el orden y la norma del macho; de luchar por superar toda sociedad que fundamenta su poder en la exclusión y la opresión. De ahí que toda acción no debería llegar hasta la simple liberación sexual, sino en lograr la conmoción de toda sociedad clasista y falocrática". Yo, santandereano, criado en un ambiente machista, hijo de familia, educado por sacerdotes jesuitas en un colegio de "niños bien" pensaba, en ese entonces, que no era necesario ubicarse desde tales extremos; sin embargo, no dejaba de sorprenderme al encontrar que los puntos en común eran cada vez mayores, como también que otros como Manuel Rodríguez o Guillermo Cortés, con historias similares a la mía, o Leonardo Vidales, más cercano ideológicamente a Zuleta, encontráramos con él mas acuerdos que elementos de desacuerdo.
Nunca sentí en León la presión para imponer sus análisis teóricos; nos fue llevando por los caminos de la dialógica a reflexiones en torno a nuestro cotidiano y a nuestras propias experiencias de vida a partir de los cuales lográbamos el acuerdo. Por ejemplo, yo nunca me había pensado delincuente pero reconocerme homosexual, en ese entonces, significaba asumir que lo era, ya que legalmente el Código Penal colombiano lo asumía así. A él poco le importaba lograr un reformismo jurídico, jamás fue su problema, pero la norma sí era un referente fuerte del arquetipo de sociedad en el que nos encontrábamos y del tipo de relaciones sociales que debíamos cambiar.
Hay algo en lo que nunca estuve de acuerdo: El hecho de que él se negara —fundamentado en su propuesta sex-pol— a discutir profundamente sobre el tema con alguien cuya genitalidad le fuera desconocida. Para obviar las posibles relaciones de poder en las acciones conjuntas en la lucha sexual-política, consideraba necesario que su interlocutor hombre lo penetrara y fuera penetrado analmente. Para mí tener relaciones con León fue más que un acto político un encuentro con un ser tierno y respetuoso por el ejercicio de la autodeterminación. Nunca me sentí presionado en lo genital como sí lo fui permanentemente en lo intelectual. Para mí el encuentro genital era eminentemente un hecho erótico. Para él fue un hecho político.
Con él llegué a darme cuenta de la importancia del deseo, de lo afectivo, lo erótico, lo genital, y de la identidad particular y social de los homosexuales, reflexiones que con el tiempo fui profundizando y que son parte fundamental de mi propuesta teórica de este momento. Yo conocía que Zuleta se relacionaba sexualmente con mujeres, y no me sorprendía que lo hiciera porque en ese tema teníamos un acuerdo, la sexualidad no estaba hecha, se construía en el encuentro con el otro o la otra. Yo mismo tuve relaciones con mujeres y en esos encuentros descubrí una manera distinta de abordar el cuerpo y de no reconocerme falocrático. Esto me llevó a reflexionar sobre otro punto de contacto con Zuleta: si el dueño del falo ejercía una forma de poder sobre su pareja sexual, fuera hombre o mujer, y si esto se reflejaba en la imposibilidad que tienen los homosexuales en reconocer su analidad y el placer que obtienen por medio de ella, y me condujo a cambiar el discurso reafirmando en mis alocuciones y escritos no sólo la importancia de este tema sino además de mis experiencias particulares.
León consideraba que la demostración pública de los afectos era una manera de combatir el estigma y discriminación hacia los homosexuales. Era una tarde soleada de abril, a las pocas horas de haberlo encontrado por primera vez. Estábamos sentados en la silla trasera de un bus de transporte público; intempestivamente, él se puso de pie, se dirigió hacia la puerta y saltó. El conductor frenó. En ese instante, Zuleta me deslumbró con su desparpajo: subió nuevamente, avanzó hacia mí y, sin mediar palabra, me estampó un beso en la boca. Nuevamente se bajó y yo, aún adolescente, sentí sobre mí el peso de más de 10 pares de ojos de los pasajeros. Al cabo de unos interminables segundos, me bajé, y ahí estaba él, esperándome con sus comentarios acerca de la vida cotidiana y la violencia de la que se puede ser sujeto al decidir ejercer el liderazgo.
León fue amigo de María Lady Londoño, una feminista de gran importancia en el discurso de los derechos humanos y reproductivos de la mujer. León me facilitó una fotocopia con los planteamientos de esta mujer, en cuya propuesta teórica me basé, en 1992, en los orígenes de mi trabajo denominado "Los derechos humanos también son sexuales, los derechos sexuales también son humanos", en donde ya no sólo me refiero, como ella, a los derechos de las mujeres sino más concretamente a los derechos de humanos y humanas expresados en los derechos: al reconocimiento y aceptación de sí mismo como hombre o como mujer y como seres sexuados; a la igualdad de género; al fortalecimiento de la autoestima, la autovaloración y la autonomía para lograr la toma de decisiones en torno a la sexualidad; al libre ejercicio de la orientación sexual; a elegir las actividades sexuales según sus preferencias; al ejercicio de su función sexual en su modo erótico y reproductivo; a la educación sexual positiva; a espacios de comunicación familiar y escolar para tratar el tema de la sexualidad; y a la intimidad personal, la vida privada y al buen nombre.
Para Zuleta, en torno a los derechos humanos, era vital que se reconociera la universalidad de nuestra condición como un elemento determinante en la solución de conflictos sin tener que llegar a la violencia para construir una convivencia solidaria. De ahí que encontráramos un acuerdo, en nuestro último encuentro, de hablar no de homosexualidad sino de homosexualidades y más concretamente de sexualidades, y de darle una gran difusión a mi documento sobre derechos humanos y sexuales, documento del que me quedé esperando por escrito y hasta su asesinato, en agosto de 1993, de sus comentarios y aportes.
Más recientemente, mi reflexión en torno a Zuleta me ha llevado a hacerle un homenaje con la publicación de mi libro "Y si el cuerpo grita... dejémonos de maricadas" y del video "Con todas las de la Ley". Igualmente, haciendo referencia a la manera como hoy siento, experimento y explico el mundo y mis relaciones. Sé que, primero, mi aceptación del multiverso, como una manera de aceptar y asumir que frente a una misma realidad existen múltiples interpretaciones y no una sola, asumida desde una ontología objetivista e impuesta por el grupo dominante; segundo, entender el lenguajear como una manera de construir y deconstruir nuestras alocuciones sobre el mundo y sus realidades, y tercero, de la importancia de reconocer las emociones que surgen en las discrepancias de nuestras conversaciones, supuestamente racionales, y que usualmente no distinguimos porque nos parecen un modo de "reaccionar" ante un "error lógico".
Aun cuando sé que estos tres últimos paradigmas no hacían parte del discurso de León, si puedo afirmar que mi encuentro con él significo reconocer los puntos de encuentro en discursos que inicialmente se veían totalmente opuestos; y, en permitirme sobrepasar las emociones que producía al encontrarme permanentemente confrontado. Tal vez, si León viviera en este momento, nuestro gran desacuerdo seguiría siendo que para él sería imposible aceptar cómo el lenguaje ha pasado de ser un instrumento para ser un generador de mundos; sin embargo, debo reconocer el papel fundamental que para él tenía la escucha como una dimensión importante del comunicar, sin por ello reconocer plenamente los dominios emocionales como definitorios de las acciones del ser humano.
León Benhur Zuleta Ruiz, hace parte fundamental de la historia en la construcción del Movimiento Homosexual colombiano, sin embargo el hecho de que en nuestro país éste ya no exista como organización política sino como experiencia lúdica y carnavalesca ha logrado que para los jóvenes que hoy se asumen en sus homosexualidades y lesbianidades él no sea ni tan siquiera un sujeto del que se conozca su existencia y menos aún sus grandes aportes.
Para concluir citaré textualmente el cierre de la presentación de mi libro "Y si el cuerpo grita... dejémonos de maricadas" en la que hago un recuento sobre Zuleta al que denominé "Filósofo, loco, poeta y maricón": "Hoy lamento que hayamos perdido el espíritu de su lucha; que las nuevas organizaciones parezcan no tener orígenes, contenidos políticos, e ideales claros. A pesar de que la sexualidad siga siendo un hecho político, la homosexualidad una sexualidad al margen, y las lesbianas y homosexuales considerados marginales, las nuevas organizaciones parecen olvidar los cientos de asesinatos y estigmas. Se dedican a algo que Zuleta y yo siempre rechazamos como nuestra primera línea de acción: al reformismo jurídico. Pensamos que no era necesario si previamente no lográbamos que hombres y mujeres, cualquiera que fuera su orientación sexual, se transformaran a sí mismos como una manera de buscar la ruptura y el cambio de la sociedad".