Portada del sitio > La máquina de la guerra
La guerra es un negocio, pero los negocios pueden triunfar o fracasar, y en ese caso la guerra puede ser el más costoso de los negocios. Desde cuando alguien le vendió a George Bush la idea de que el remedio para un atentado era una guerra, el presidente de los Estados Unidos echó a andar una compleja y desmesurada máquina de guerra que le ha costado hasta ahora a su país cerca de 2.000 vidas y más de 200.000 millones de dólares.
Por William Ospina
Los analistas independientes coinciden en que la marea de la guerra va en ascenso pero se aproxima el momento en que comience su regreso. Y es que el de Bush ha sido desde el comienzo un juego riesgoso y frágil. La idea de sembrar estabilidad en una región inestable mediante una guerra suena absurda en cualquier mente sensata, pero resuena extrañamente convincente en las mentes de ciertos políticos.
Los Estados Unidos fueron a la guerra de Iraq convencidos de que, aprovechando el clima de terror generado por los atentados del 11 de septiembre, se podrían beneficiar de la sospecha y entrar a saco en las mayores reservas de petróleo del planeta.
Pero las guerras de Afganistán y de Iraq no han desarticulado un ápice la amenaza del terrorismo, y en cambio sí han metido de lleno al gran imperio en una aventura de intervención que primero causó repudio mundial y que pronto le habrá sido tan costosa en vidas como los atentados mismos; en una campaña de endeudamiento que ha ido debilitando la moneda y las alianzas de los Estados Unidos en el mundo; y en la presión de un estado de alarma continua que inexorablemente va fatigando a los electores y cerrando los horizontes para la sociedad.
Cada vez menos ciudadanos ven la guerra como una solución. Iraq es hoy un inmenso caldero de violencias y de crímenes que los Estados Unidos no podrán jamás mostrarle al mundo como un logro de civilización. Más bien es un círculo perverso de efectos que se convierten automáticamente en causas. Los invasores sienten que no se pueden ir antes de haber pacificado el país, pero es precisamente su presencia lo que atiza el fuego de la rebelión. El propio general Richard Myers, jefe del estado mayor conjunto, ha dicho que la insurrección es tan fuerte hoy como hace un año, y que se necesitarían de 7 a 12 años para someter una oposición como esta. Semejantes declaraciones caen como baldados de agua fría sobre una opinión pública que ya estaba convencida de que a Iraq no han llevado ni la democracia ni la libertad, pero que se esforzaba por creerle al gobierno su promesa de que la resistencia cedería pronto.
Y la silenciada labor de la muerte sigue enviando a los Estados Unidos sus féretros de adolescentes cubiertos por una bandera de franjas y estrellas, jóvenes de una sociedad privilegiada que tenían el mundo en sus manos y que evidentemente no están muriendo por la libertad sino por una torpe y obscena violación de la legalidad internacional. Esto rápidamente va transformando la actitud de los ciudadanos, llevándolos del dolor a la indignación.
LOS INVASORES SIENTEN QUE NO SE PUEDEN IR ANTES DE HABER PACIFICADO EL PAÍS, PERO ES PRECISAMENTE SU PRESENCIA LA QUE ATIZA EL FUEGO DE LA REBELIÓN.
Si a eso se sumara, Alá no lo quiera, una nueva irrupción de las manos malas del terror, amenaza que sigue viva y latente desde el primer día, y que tal vez sólo se ha demorado por la misteriosa mentalidad de los hombres de Oriente, que son lentos para el perdón y para la venganza, el gobierno norteamericano no tendría cómo justificar unas guerras tan costosas en vidas y en prestigio para el más poderoso país de Occidente.
Y es que después de la euforia de la reelección, que alentó a Bush a proseguir alegremente su aventura de endeudamiento y de agresión, que lo llevó a cambiar al tibio Colin Powell por la fanática señorita Rice, el gobierno de los Estados Unidos no puede dejar de ver la magnitud del problema en que ha embarcado a su país, y va moderando su lenguaje, hasta hace poco desafiante e imperativo. Bush viaja a Europa casi a suplicar una solidaridad que hace tres años lo tenía sin cuidado, y hasta hace esfuerzos por echar un poco de agua en las hogueras de Israel y de Guantánamo.
Pero cada día es más evidente que su guerra no trajo soluciones sino la intensificación y el represamiento de los problemas. Me temo que los años que le quedan en el gobierno serán tan duros y tan amargos, cosechando las tempestades que sembró con su camarilla de petroleros y su bandada de halcones, que el pueblo de los Estados Unidos, que es el que finalmente pone los muertos y padece las consecuencias, se verá obligado a reaccionar, ya con los nubarrones sobre su cabeza.
En una época en la que ningún enemigo es pequeño y en que la historia cobra sus deudas por los caminos más inesperados, ojalá logren los norteamericanos comprender a tiempo la magnitud de su error, modificar la arrogante relación con el mundo que le dictan sus Cheney y sus Rumsfeld, y evitar que la desmesurada máquina de la guerra siembre una sorpresa en su propio territorio.
Lo cierto es que, ante los asombrosos costos que están a la vista, no puede estar lejano el día en que, por el camino de la prudencia o, más probablemente, por el camino de la vergüenza, los muchachos vuelvan a casa.
BUSH VIAJA POR EUROPA CASI A SUPLICAR UNA SOLIDARIDAD QUE HACE TRES AÑOS LO TENÍA SIN CUIDADO...