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EL REGALO DE KERRY
El impresionante descaro con el que la administración Bush hace lo que se le da la gana en Irak es culpa, en gran parte, asegura la autora, de su pasado contrincante John Kerry.
El silencio que Kerry guardó durante la campaña respecto a los bombardeos sobre zonas civiles iraquíes envió el mensaje de que las muertes [iraquíes] no son lo suficientemente importantes como para arriesgar los votos. "Esta lógica moralmente corrupta, más que la elección de algún candidato, es la que permite que los crímenes continúen, sin freno alguno"
De Naomi Klein*
LAS IMAGENES QUE SON ICONOS inspiran amor y odio, y así ocurre con la fotografía de James Blake Miller, el marine de Appalachia, de 20 años, que fue bautizado como "el rostro de Fallujah" por los expertos pro-guerra y como "el hombre Marlboro" prácticamente por todos los demás. La foto de Los Angeles Times -reproducida en más de cien periódicos- muestra a Miller "tras más de 12 horas casi ininterrumpidas de combate mortal" en Fallujah, su cara cubierta de pintura de guerra, un rasguño sangriento en su nariz y un cigarro recién prendido que cuelga de sus labios.
Dan Rather [locutor del noticiario nacional CBS Evening News] mira amorosamente a Miller y le informa a sus espectadores que "para mí, esto es personal... este es un guerrero con sus ojos puestos en el lejano horizonte, escudriñando en horizonte, por si hay peligro. Miren [la foto]. Estúdienla. Absórbanla. Piensen en ella. Luego respiren hondo, con orgullo. Y si sus ojos no se humedecen, son un mejor hombre o mujer que yo".
Unos días después, LA Times publicó que su foto "se había trasladado al reino de los iconos". En realidad, la imagen da la sensación de ser un icono porque es ridículamente poco original: es nada menos que una estafa del icono más poderoso de la mercadotecnia estadunidense (el Hombre Marlboro), el cual a su vez imitó a la estrella más brillante jamás creada por Hollywood (John Wayne), quien a la vez estaba canalizando el mito fundacional más poderoso (el vaquero en la accidentada frontera). Es como una canción que sientes que ya has oído miles de veces -porque sí la has oído.
Pero no importa. Para un país que acaba de elegir como presidente a alguien que aspira a ser Hombre Marlboro, Miller es un icono y, como si quisiera probarlo, ya despertó su propia controversia. "Muchos niños juegan al ‘ejército’ y les gusta imitar a este joven. El mensaje evidente de la foto es que el modo de relajarse tras una batalla es con un cigarro", escribió Daniel Maloney en una carta al Houston Chronicle. Linda Ortman expresó lo mismo a los editores del Dallas Morning News: "¿Qué no hay fotos de soldados que no fumen?" Un lector de The New York Post amablemente sugirió imágenes propagandísticas más políticamente correctas: "Quizá mostrar a un marine en un tanque, ayudando a otro soldado o tomando agua habría tenido un impacto más positivo sobre sus lectores".
Sí, a los lectores que enviaron cartas de todo el país los une la indignación -no porque el soldado fumador trasmite una imagen buena onda de la matanza masiva, sino porque el loable acto de asesinar en masa haga que el grave crimen de fumar parezca buena onda. Es mejor proteger a los impresionables jóvenes estadunidenses y mostrar a los soldados tomando un descanso del combate mortal "tomando agua" -o quizá, debido a la seria escasez de agua potable en Irak, Coca-cola. (Me recuerda el chiste del rabino jasídico que dice que todas las posiciones sexuales son aceptables menos una: parados "porque podrían terminar bailando".)
Una orgía de impunidad
Pensándolo bien, quizá Miller sí merece ser ascendido al estatus de icono -no de la guerra en Irak, sino de la nueva era de reforzada impunidad estadunidense. Porque afuera de las fronteras estadunidenses es, claro, un marine distinto el que fue condecorado con el premio del "rostro de Fallujah": el soldado mostrado en video ejecutando a un desarmado y herido soldado en una mezquita. Los finalistas son una fotografía de un infante de Fallujah, de dos años, en una cama en el hospital sin una de sus pequeñas piernas, a causa de una bomba; un niño muerto en la calle, agarrado al cuerpo sin cabeza de un adulto; y una clínica de salud bombardeada hasta quedar sólo los escombros.
Adentro de Estados Unidos estas fotos de una ocupación sin ley aparecieron brevemente, si es que aparecieron. Sin embargo, el estatus como icono de Miller perdura, alimentado por historias sobre fans que envían paquetes de Marlboro a Fallujah, entrevistas con la orgullosa madre del marine, y serias discusiones acerca de si fumar reduce la efectividad de Miller como máquina de pelea.
La impunidad -la percepción de estar más allá de la ley- ha sido durante mucho tiempo el sello distintivo del régimen de Bush. Lo que resulta alarmante es que parece haberse profundizado a partir de la elección, dando la bienvenida a lo que sólo puede ser descrito como una orgía de impunidad. En Irak, las fuerzas estadunidenses y sus representantes iraquíes ya no se toman la molestia de encubrir los ataques a blancos civiles y abiertamente eliminan a cualquiera -doctores, clérigos, periodistas- que se atreva a contar los cuerpos. En casa, la impunidad se volvió política oficial con el nombramiento de Alberto Gonzales como procurador general. Este es el hombre que aconsejó al Presidente, en su tristemente célebre "memorándum de la tortura", que las Convenciones de Ginebra eran "obsoletas".
Este tipo de desafío no se puede explicar simplemente con la victoria de Bush. Tiene que haber algo en la manera en que ganó, que le dio a esta administración la clara impresión de que le fue otorgada una tarjeta de "salga gratis de las Convenciones de Ginebra". Eso ocurrió porque John Kerry le otorgó a la administración precisamente este regalo.
En nombre de la "elegibilidad", la campaña de Kerry le dio a Bush cinco meses del proceso de campaña en los que jamás fue cuestionado con preguntas serias sobre las violaciones al derecho internacional. Temeroso de que fuera a parecer tibio en el asunto del terrorismo y desleal a las tropas estadunidenses, Kerry se mantuvo escandalosamente callado acerca de Abu Ghraib y la Bahía de Guantánamo. Aun cuando nos quedó dolorosamente claro que la furia caería sobre Fallujah en cuanto las casillas cerraran, Kerry nunca se pronunció contra el plan, o contra los otros bombardeos ilegales a las zonas civiles que tuvieron lugar durante la campaña. Cuando la revista médica The Lancet publicó su histórico estudio en el que se calculaba que 100 mil iraquíes habían muerto como resultado de la invasión y ocupación, Kerry simplemente repitió su escandalosa (y francamente racista) declaración de que "90% de las bajas en Irak" son estadunidenses.
El mensaje que se envió con todo este silencio fue que estas muertes no cuentan. Al hacer suya la sumamente dudosa lógica de que los estadunidenses son incapaces de que les importe la vida de cualquier otro que no sean ellos mismos, la campaña de Kerry y sus seguidores se volvieron cómplices de la deshumanización de los iraquíes, reforzando la idea de que algunas vidas son prescindibles, no son lo suficientemente importantes como para arriesgar perder votos. Esta lógica moralmente corrupta, más que la elección de algún candidato, es la que permite que los crímenes continúen, sin freno alguno.
El resultado de todo este pensamiento "estratégico" en el mundo real es lo peor de ambos mundos: no consiguió que Kerry fuera electo y envió un claro mensaje a los que fueron electos de que no pagarán ningún precio político por cometer crímenes de guerra. Y éste es el verdadero regalo de Kerry a Bush: no sólo la presidencia, sino la impunidad. Quizá donde más claro se pueda ver es en el marine de Marlboro y los debates surrealistas que giran en torno suyo. La impunidad genuina engendra una especie de delirante decadencia y éste es su rostro: una nación discutiendo acerca de fumar mientras Irak arde.
*Autora de No Logo y Vallas y ventanas.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2004 Naomi Klein. Una versión de este texto fue publicada en The Nation)